Aprovecho el debate nacido estos días de la restauración realizada por Miquel Barceló en la Sala XX del Palacio de las Naciones Unidas de Ginebra. No pretendo entrar en el debate sobre la calidad de la obra o del artista -que deberían darse por supuestas- ni en la oportunidad política de la misma -allá quien realizó el encargo- sino en la cantidad de tópicos que se han desatado al respecto.
Imagino que si me ofrecieran un contrato similar en remuneración y en oportunidad de lo que va a significar la obra, tonto de mí si no lo aceptase, así que no podemos echar nada en cara al artista de quien suponemos ha dado lo mejor de sí mismo. Más discutibles son el coste o el criterio en la elección del artista en un contrato público de esas características. Como ha sido por designación directa, cualquier responsabilidad que se deriven de los costes, estética o elección de la técnica expresiva serán en exclusiva del político de turno. Todos conocen a Barceló y su obra, y éste ha sido fiel a sí mismo.
A partir de aquí se abre un debate más interesante respecto a lo que significa el arte actual hoy en día. Prácticamente sin solución de continuidad, se ha escuchado a un Ministro decir aquello de «el arte no tiene precio» y a otro «por supuesto que todo tiene un coste y el arte también«. Por no hablar de los adjetivos aplicados desde esferas ajenas al arte a la obra que van desde (con perdón) «caca colgante» a «paella en gotelé». Otros, más entusiastas, no dudan en hablar de la » Capilla Sixtina del siglo XXI». Mucho me temo que no podemos averiguar qué opinarán generaciones futuras de la obra en cuestión o del arte de nuestros días, así que me va importar más bien poco. No podremos sino juzgar el arte actual desde nuestra mirada, que ha de ser una mirada contemporánea si no queremos desvirtuar el asunto demasiado.
Muchos ejemplifican con el hecho que los grandes artistas nunca han sido comprendidos en su época y que Barceló es un genio incomprendido. Me gustaría romper una lanza en contra de dicha leyenda urbana. Cierto que durante mucho tiempo el artista no pasaba de ser un artesano supeditado a su patrón, como lo eran los músicos, pero desde luego que éste elegía a los mejores porque lo pagaba de su bolsillo. En la historia ha habido de todo, desde Van Goghs que han muerto míseros a Picassos que han sido coronados en vida. En ningún caso, eso sí, ninguno gustó a todo el mundo. Baste pues al Sr. Barceló estar dentro del «star system» reconocido al tener como mecenas a todo un gobierno, pero que se olvide como cualquiera otro de que no recibir críticas. Sería inútil.
Un caso particular fue el de Miguel Ángel y su trabajo en el Vaticano. Aunque ahora a todos nos emocione la Capilla Sixtina, gustó tan poco en su época que el promotor -el Papa Julio II- lo pagase con dinero procedente de bulas que a la Iglesia le costó una Reforma. Aviso a navegantes, el abuso de poder aún por el arte no siempre sale gratis.
Otro mito urbano: en el arte contemporáneo vale cualquier cosa. Cuando Marcel Duchamp presenta un urinario en 1917 como una escultura y lo introduce en los museos no pretende que cada uno ponga un urinario en su salón, sino que nos habla de cómo un objeto común descontextualizado puede adquirir una nueva categoría. Este concepto fue llevado al extremo en 1961 por el italiano Piero Manzoni quien en 1961 presentó (disculpas de nuevo) latas de «mierda de artista». No dejan de ser casos extremos de una fórmula que todos aceptamos más o menos de buen grado hoy en día cuando multitud de objetos cotidianos adquieren costes excepcionales sólo porque están en determinado escaparate o llevan determinada firma. No es que en el arte valga cualquier cosa sino que la sociedad contemporánea es capaz de asignar valores a los objetos más allá de su uso, incluso sin uso aparente. Como dijo James Whistler «el arte sucede».
¿La obra de Barceló es contemporánea? ¿Por su técnica? ¿Por su estética? ¿Por sus valores? Desde luego está hecha hoy en día, ergo es actual, pero ¿podemos deducir un valor añadido a su planteamiento? La modernidad en la técnica se puede reducir a los sistemas de gunitado, una actualización del aerógrafo soplado del neolítico. Realmente no parece ser la intención del artista innovar en ese campo. Los críticos coinciden en la evocación de Altamira. Casi parece que se está extrapolando la caverna sobre las cabezas de los representantes de la ONU (evítenme sacar analogías fáciles, por favor). Algo así como la propuesta de Giacometti quien reinterpretó las estilizadas esculturas etrucas. De modo que la esencia de la obra remite a la búsqueda de lo más profundo de la historia cuando los hombre expresaban sus miedos y esperanzas en la piedra desnuda que les cobijaba.
Como espectador externo (no fui invitado a verla) desconozco la sensación de estar bajo esos 1.400m2 de estalactitas coloreadas. Como ciudadano que paga sus impuestos me pregunto ¿merecen la pena esos 20 millones de euros? Tengo la impresión que es una obra de la élite para las élites, preferiría que lo pagasen quienes lo disfrutan de su sueldo. Sé que suena cínico, pero no está la cosa para aguantar los caprichos del Julio II de turno. A cambio, les regalo unos paisajes contemporáneos, que les va a salir mucho más barato 🙂 :
Por cierto, esta semana se inaugura en Madrid la BIENAL IBEROAMERICANA DEL DISEÑO
Más información en http://www.bid-dimad.org/
Desde luego es una obra polémica desde muchos puntos de vista. No entro a valorar su implicación politica o su financiación; hemos tenido declaraciones y criticas de «todos los colores» (como la cúpula) en todos los medios de comunicación. A mi particularmente me interesa el hecho artistico y aquí se plantean también numerosos interrogantes, a los que la prensa no ha logrado dar respuesta más alla de la “caca colgante” o la “paella en gotelé” ya comentados. Se trata de una obra descomunal, que plantea desde el principio dos cuestiones fundamentales que determinan la calidad del resultado final, me refiero a la temática de la obra y a los medios elegidos para ejecutarla. La búsqueda y desarrollo de estos últimos, han copado la mayor parte del proceso artistico.
La escala de la cúpula unida a la fuerza de la gravedad obligaron al artista y a su equipo a un dilatado proceso de investigación, plagado de enormes dificultades técnicas para conseguir que la pintura cuelgue, literalmente, del inmenso soporte invertido. Uno se pregunta si esas dificultades no han pasado por encima del artista y de sus intenciones.
Sin la oportunidad de experimentar dicha cúpula sobre mi cabeza no puedo establecer un juicio completo, pero me vienen a la mente las palabras de un famoso arquitecto inglés que tildaba de «naiv» la propuesta para un aeropuerto de otro famoso arquitecto español por ser «como una inmensa casa con ventana.»
Les dejo esa reflexión.
Una casa no es un aeropuerto.
…Más bien quería decir:
– Un aeropuerto no es una casa grande…
dices bien: «La escala de la cúpula unida a la fuerza de la gravedad obligaron al artista y a su equipo a un dilatado proceso de investigación, plagado de enormes dificultades técnicas para conseguir que la pintura cuelgue, literalmente, del inmenso soporte invertido. Uno se pregunta si esas dificultades no han pasado por encima del artista y de sus intenciones».
Vistas las últimas noticias, parece que en efecto, han pasado por encima de él… lástima de la oportunidad perdida del arte contemporáneo para seducir más allá de las élites.